¿Será que estamos asistiendo al fin de las orquestas, y, en consecuencia, de la música orquestal, sinfónica?
La pregunta han tratado de contestarla aduciendo las razones principales por las cuales sí o no habría tal final: las económicas, el financiamiento. Por una parte, el gusto de los públicos se ha diversificado enormemente; es decir, una misma persona, hoy en día, gusta de diferentes clases de músicas, sin pudor y sin problemas.
También, por otra parte, el acceso a la música grabada es cada vez más amplio y económico. No es necesario tener costosos equipos para disfrutar una buena música: con tener un teléfono medianamente aceptable, o un reproductor digital, o el computador, ya cualquier fanático puede escuchar lo que se le antoje. A ello se agrega el acceso a plataformas, pagadas o gratuitas, en las que cada quien personaliza su selección. Es decir, en las últimas tres décadas, se han eliminado de un plumazo: uno, la asistencia obligada a un concierto para escuchar la música y el intérprete favorito; dos, la asistencia a la discotienda para rogar que se encuentre el álbum que se busca; tres, la tenencia de un costoso equipo reproductor.
A todo ello le sumamos que, en el caso de las orquestas sinfónicas, y amparadas en el manido argumento de “los clásicos siempre son los clásicos”, no hay forma de que el repertorio lo actualicen, lo mejoren. ¡Dejen de una vez por todas interpretar Beethoven o Mozart o Shostakovich o Mahler!, como si en el mundo no hubiera más autores, más compositores, actuales y de otras épocas.
Evidentemente, el mundo, el público se cansa. Si le subes el precio a la boletería, te aseguras un porcentaje menos de asistencia.
Adicionalmente, los músicos deben comer, y deben dedicar mucho de su tiempo para estar en forma y dispuestos a hacer música, lo cual no es poca cosa. Esto implica que un músico no puede ser músico de una orquesta sinfónica y panadero al mismo tiempo. O te ocupas del violín o te ocupas de amasar. No hay manera.
Este es un problema que ya tiene décadas preocupando a los directores artísticos y mecenas, y vaya que le han dado vueltas. Lo que hay que hacer es encarar el problema, con los gustos y disgustos de rigor. Tal vez ya va siendo época en la que las orquestas sinfónicas se conviertan en otra cosa, o deriven en otro asunto.