Aldemaro Romero es de esos músicos venezolanos de los que siempre hay que hablar. No por obligación, sino porque aun su dimensión artística y musical todavía no se percibe en su totalidad. Es como estar en el planeta Mercurio y tratar de medir la dimensión de los rayos del sol, que se tiene tan cerca.
Romero cumplirá el próximo año una década de su fallecimiento; y todavía el mundo musical latinoamericano no ha comprendido el aporte de este músico excepcional.
En primer lugar, podríamos señalar la Onda Nueva, el género que combina los ritmos tradicionales venezolanos con las armonías del jazz, más otros componentes de la contemporaneidad, y que aportan una rítmica tan particular y tan urbana, que se pierde de vista. Sobre un tema de Onda Nueva -sea de Aldemaro, sea de quien sea- se puede elaborar un meta-tema, con improvisaciones y derivaciones, con desinencias de riquezas insospechadas. El ritmo se presta para la canción, para el lucimiento de habilidades vocales e instrumentales, y, por el mismo tinte que el propio Aldemaro le impuso, de letras graciosas, jocosas, informativas, urbanas, románticas, sin perder estilo ni elegancia.
En segundo lugar, por darle a la categoría de "autodidacta" una dimensión particular y peculiar. Aldemaro siempre se sintió orgullosísimo de la condición de autodidacta, y la verdad es que el maestro fue un gran estudioso. Incluso, en una entrevista nos llegó a confesar que si bien es cierto no había estudiado en una escuela en particular, había abrevado de fuentes tan importantes como todos los compositores de la música clásica, incluso de Johann Sebastian Bach.
En tercer lugar, y último (más por razones de limitar nuestra exposición que por agotamiento del tema) por el legado de composiciones que dejó. No solamente fue un pianista estupendo y compositor sin igual, también se ocupó de indagar en el lenguaje particular de cada instrumento, y se puso la tarea de escribirle a cada instrumento un concierto solista con orquesta. Un legado maravilloso intacto que está allí por descubrir.
