The Getaway, el disco de la primera mitad consistente
Fueron cinco años de espera. Finalmente los Red Hot Chili Peppers presentaron el sucesor de I’m With You, un disco prescindible, que aporta poco en su discografía. Tan solo la anécdota, un punto tenue en su historia.
En ese trabajo debutó Josh Klinghoffer en un álbum de estudio como sustituto de John Frusciante, una gran pérdida para la banda que aún se siente. En aquella oportunidad la benevolencia era mayor. Había que darle la oportunidad al joven músico, que entonces se adentraba en la composición con el resto de la banda.
Pasó el tiempo y aumentó la expectativa. Hace un mes está disponible The Getaway, el primero sin Rick Rubin como productor desde el imprescindible Blood Sugar Sex Magik (1991).
Los músicos no sorprenden, pero tampoco decepcionan. Es un álbum agradable, con una primera mitad de buenas canciones, necesarias para hacer ver que la agrupación californiana explorar otros caminos sin dejar a un lado del todo sus sonidos más característicos, las influencias funk siguen siendo claras, pero más atenuadas. Dan cabida a otros intereses e inquietudes surgidas durante los años recientes.
Esta vez no ocurre lo mismo que con By The Way (2002), esa extraña sorpresa que a varios le costó digerir luego de Californication (1999). En esa oportunidad, tal vez uno no podía comprender inmediatamente lo que estaban haciendo, pero con el tiempo uno redescubría un disco potente, valiente y con la intención clara de dejar claro que los Red Hot Chili Peppers no pretendían en encasillarse.
The Getaway concreta lo que no pudieron lograr en I’m With You, la de adentrarse en una etapa en la que prevalezcan composiciones más sosegadas, pero igualmente pegajosas. E
En este álbum hay mayor consistencia y temas mucho mejor logrados. Desde la primera canción hasta la octava no hay desperdicios, luego empieza a decaer el interés con piezas forzadas, como si repentinamente se arrepintieran de seguir ese sendero y buscaran desesperadamente evocar al pasado de una forma tajante. No lo logran, es artificial.
La mesa tambalea todavía. En gran parte el problema que tiene la agrupación es la falta de Frusciante, su capacidad creadora y su pasión con el instrumento. No se puede negar que al escucharlo con la guitarra, uno suele pensar que en cada nota va dejan parte de su alma. Su trabajo en solitario además demuestra que es el engrane que falta a esa búsqueda de sus otrora compañeros.
Dicen que son odiosas las comparaciones, pero son inevitables. Klinghoffer es un buen ejecutante del instrumento, pero se nota que aún no sale de la sombra de su antecesor. Incluso, en las presentaciones en vivo que han tenido, se nota su destreza, pero aún falta ese algo que hace inolvidable a los grandes guitarristas.
Recientemente en un canal argentino entrevistaron a Anthony Kiedis, a quien le preguntaron por su relación con Frusciante. El cantante contestó que si bien se han distanciado por la obvia rutina de las partes, lo extraña. Especialmente añora esos momentos en los que componían música fortuitamente, con tan solo expresar un sentimiento.
The Getaway, a pesar de las ausencias, es un buen disco, que pudo haber sido más corto para no saturar con intentos innecesarios de volver a un sonido que no es acorde a la naturaleza inicial de la producción.