Roger Waters, la vigencia de The Wall y escenas impostadas
La parafernalia de Roger Waters desborda el sentido de la vista. No se puede negar la puesta en escena que el artista siempre ha procurado destacar desde su época con Pink Floyd hasta sus acomodados pasos como solista.
En Roger Waters. The Wall hace alarde de su capacidad artística y técnica para representar uno de los discos más importantes no solo de su carrera, sino del rock. Las heridas de la guerra y los demonios personales que a finales de los setenta atravesaba el músico no solo se limitan a unas letras depresivas que evocan la pérdida, el sofoco y la destrucción, sino también en escena se recrea el terror del nazismo. Los fuegos artificiales, las visuales, actores que hacen de soldados fascistas, banderas, símbolos, disparos simulados y hasta un avión que se estrella con la tarima forman parte de un escenario difícil de abarcar como simple espectador en los conciertos realizados entre 2010 y 2013 que registra el músico en el documental que dirige en conjunto con Sean Evans.
Con él también escribe el guión del largometraje en el que el compositor no solo muestra una serie de presentaciones de su gira, sino el periplo que inicia en un elegante carro antiguo hasta Italia, donde quiere conocer el lugar en el que está enterrado su padre, muerto en la Segunda Guerra Mundial.
Intercala composiciones con detalles de ese viaje, su homenaje a los caídos en combate. Waters actualiza su denuncia contra el horror de conflictos como el de Irak, a la vez que reitera sus cuestionamientos a la avaricia y el capitalismo. Son conocidas las entrevistas en las que el bajista asegura que la democracia está mermando en los países occidentales mientras se incrementa el alcance del conglomerado armamentista mundial.
La película logra su cometido al mostrar un espectáculo millonario en sus capacidades técnicas para acompañar una obra como The Wall, aún vigente y perdurable en generaciones, en un contexto en el que parece cada vez más difícil que el público digiera discos largos y conceptuales por lo errático que pueden ser los servicios de música de streaming, cuya inmediatez resulta irresistible. Sin embargo, los responsables del filme no son convincentes en las escenas fuera de tarima, las que muestran el viaje a Italia por perfectas carreteras rodeadas de campo. No lo logran. Las conversaciones de Waters con personas a las que da detalles de su propósito son impostadas, de cartón. Una de las peores es la que ocurre en un bar de Francia. El artista luce afligido al hablar, pero uno duda si es genuino el sentimiento o solo busca reforzar una trama de búsqueda de un pasado para cerrar un capítulo. Los interlocutores son amigos y familiares, pero también hay actores.
Roger Waters. The Wall es un excelente registro de los tres años de gira realizados recientemente por el intérprete, quien no solo demuestra su vigencia como artista de culto, sino también la circunstancias aún vigente de muchas de las razones que al momento de componer lo inquietaron. La intención de compartir el momento en el que busca el monumento a los soldados caídos, entre ellos su padre, es loable, pero el drama que se ve no convence. Se nota el teatro y la tarima de cartón de una persona a la que pareciera no se le escapa ningún detalle.
