Paulina Rubio: Bañada en oro
No tiene una voz prodigiosa. Tampoco luce un cuerpo escultural. Y peor aún: siempre ha hecho gala de su pose de diva arrogante y de su humor agrio. Pero Paulina Rubio, "la chica dorada", de "24 kilates" -dos motes auto impuestos- ha sabido ganarse a pulso su estatus de pop star. Una de las más grandes de México y, para que dudarlo, de América Latina.
Las cifras hablan por sí solas: ha vendido más de quince millones de discos como solista, cuenta con casi 12 millones de seguidores en la red social Twitter y otros 940 mil en Instagram, ha sido incluida por Forbes México en la lista de las mujeres latinas más influyentes, y tiene una colección de estatuillas, ni qué dudarlo, también doradas, entre las que se incluyen siete Latin Billboard, siete Eres, seis Lo Nuestro, tres ACE, tres Juventud, tres MTV Latinoamérica, y dos Gaviotas en el Festival de Viña del Mar.
Y todo gracias a su personalidad arrolladora, su sed de reconocimiento, su cabellera rubia y su lunar cercano a los labios, su actitud seductora, sus canciones chiclosas y reivindicadoras de lo femenino (y en ocasiones hasta de lo feminista), su seriedad para ofrecer buenos espectáculos y, sobre todo, su gran conocimiento del negocio. "Soy una empresa que escribe y canta canciones", ha dicho ella.
Lo lleva en los genes. Su bisabuela era pianista. Su abuela mezzo-soprano. Y su madre, la actriz mexicana Susana Dosamantes, galana o villana de dos docenas de telenovelas y al menos 26 producciones cinematográficas, quien se lo vio venir más pronto que tarde. "Cuando los periodistas venían a entrevistarme, y mientras me maquillaba, ella les daba una rueda de prensa, y les contaba que era mejor que yo: 'Canto, bailo y actuó mejor que mi mami", llegó a decir acerca de Paulina en una oportunidad.
Así que de casta le viene al galgo, que se crió en los pasillos de Televisa y en los sets de rodaje, fuera en México o en Madrid; y se educó a los cuatro años en las clases del Centro de Educación Artística (CEA) para que su madre pudiera tomar oxígeno. Y sin importar que su padre, el abogado Enrique Rubio González, fallecido en 2011, tratara de impedirlo a toda costa. Obvio que con una estrella en casa era más que suficiente.
Solo que a los once ya se colocaba camisas fosforescentes, pantalones ajustados, pañuelos en la cabeza, se subía a los escenarios, viajaba por América Latina, y hasta daba entrevistas. Era una de las mini estrellas del grupo Timbiriche, en el que permaneció durante diez años y diez discos. Ya alborotaba hormonas. Y eso que llevaba aparatos en los dientes, era tan flaca como un palillo, ya había cosechado fama de chica "rebelde e insoportable", y tenía de compañeras a las guapas Thalía, Sasha Sokol y Bibi Gaitan, que abandonaron el barco mucho antes que ella.
Fue junto con su madre que tomó la decisión de renunciar a Timbiriche y financiarse el primer disco como solista: La chica dorada (EMI), un exitazo de tres millones de copias. Y le siguieron otros tres: 24 kilates en 1994, El tiempo es oro en 1995 y Planeta Paulina en 1996), en los que explotó su imagen de veinteañera sufrida y rebelde con melena desarreglada, que reforzaba además con su participación en telenovelas: Pasión y poder en 1988, Baila conmigo en 1992 -por cierto, con Eduardo Capetillo en el rol protagónico- y Pobre niña rica en 1995.
Solo que Paulina quería más, mucho más. "Me sentí utilizada y controlada. Me faltaba libertad para seguir creciendo. La compañía no apoyaba ninguna de mis ideas y yo tenía hambre de desarrollo. Quería dar el salto (...) Me metieron en un cajón y se olvidaron de mi", explicó en una entrevista en el diario El País de España.
Así que desapareció. más bien se marchó a Londres, donde cursó estudios, y donde fue redescubierta por el público gracias a un programa de televisión de baja ralea: Viva el verano. Pero que sirvió para que los ejecutivos del sello Universal se fijaran en ella.
Se corta el cabello. Se pone tacones. Se viste de reina, como en la canción de Gloria Trevi (ahora usa Louboutin y Dior) y conquista a un nuevo público: el homosexual, que la convierte rápidamente en su nuevo icono y en la interprete de temas como "El último adiós", "Yo no soy esa mujer" y "Vive el verano", todos incluidos en el disco Paulina, sin duda su mayor éxito comercial, al que le sigue Border girl, en el que canta en inglés; Pau-Latina en 2004; Amor, luz y sonido en 2007; Gran city pop en 2009; y Brava en 2012.
Y en casi todos es la chica justiciera que sufre por el amor perdido pero que se pone rápidamente de pie, y no se arrastra por el suelo, no señor. "Ahora tomó las decisiones sobre mi carrera. He escrito mis temas. He elegido al director del clip, he controlado la producción, el concepto, la creación artística y el marketing. Soy la productora ejecutiva. Y tengo una relación directa con mis fans través de la Web sin que nadie se meta entre nosotros", ha aclarado.
Solo que, hay que decirlo, la maternidad (tiene dos hijos), las riñas con su primer esposo, el empresario español Nicolás Vallejo-Nagera, con quien contrajo matrimonio en 2007 y de quién se divorcia en 2012; y su segunda boda con Gerardo Bazua, a quien conoce en el programa La voz... México, han terminado por separarla de los escenarios. Que no del cenital, donde Paulina, con o sin melena, sigue reinando como una diva bañada en oro.