El 12 de junio de 1917, fallecía en Nueva York, a la edad de 64 años, la extraordinaria pianista venezolana Teresa Carreño.
Más que el nombre del célebre teatro, hoy epicentro de la vida cultural en Caracas (Venezuela), la músico que fue Teresa brilló en los escenarios donde se presentó. Vale la pena recordar que Teresa fue, principalmente, una mujer de su tiempo: nació el 22 de diciembre de 1853 en Caracas, y padeció los convulsos años de la Guerra Federal. Aunque era muy pequeña cuando su padre (y familia) salió del país junto con ella, para Estados Unidos, su traslado y todo lo que vino, posteriormente, de alguna forma fue producto de esos hechos.
Pero vamos a concentrarnos en lo que fue la llamada "Leona del Piano" o "Walkiria del Piano". Tales motes se los ganó precisamente por la estampa y porte que ofrecía en los escenarios. No había un ápice de miedo escénico, pues desde su más tierna infancia, Teresa fue objeto de aplausos, de presentaciones desde escenarios caseros, pasando por escenarios de toda índole (granjas, cobertizos, galpones) hasta teatros de renombre internacional, como, por ejemplo, el Carnegie Hall de Nueva York.
La música en todas sus formas pasó por sus manos, y si bien es cierto se le reconoce como una gran intérprete de los clásicos, también incursionó con tino por la música popular. De hecho, al escuchar la propia música que Teresa Carreño compuso, se perciben los aromas del folclor venezolano, los ritmos, las cadencias. Imaginamos que si Teresa hubiera tenido contacto amplio con los jazzistas, habría descollado en ese campo.
De modo que, durante su vida en Estados Unidos, aprendió a ganarse el pan desde jovencita, enrolándose en una compañía de artistas, una especie de "American Idol" del siglo XIX, diría la pianista e investigadora Mariantonia Palacios. Allí en esas compañías había de todo, pero en particular, músicos que debían complacer a sus audiencias, interpretando la música del gusto común.
Por eso, luego de su estancia en Venezuela, en 1887, salió Teresa rumbo a Europa con el firme propósito de "debutar en serio". Eso implicaba tocar recitales duros, con música culta, seria o académica, como se le conocía. Así se codeó con grandes músicos y compositores, con orquestas de relevancia y notoriedad, no solamente porque su arrojo y talento la hacían lucir sino también porque ella misma tenía su propia personalidad. La crítica escribía sobre ella como una intérprete masculina o que tocaba como un hombre, y en una ocasión, como dos hombres.
Y no es que hubiera un modo femenino o masculino de tocar, sino que tal consideración se le hacía porque la Carreño no tenía medias tintas: tocaba con fuerza, con pasión, con arrojo, y la delicadeza la dejaba para los modales. Al respecto así debió haberla instruido su padre, a la sazón Manuel Antonio Carreño, el autor del célebre "Manual de Urbanidad".
Hoy en día, debemos recordar a Teresa como una mujer que se impuso en un mundo masculino, como una intérprete convencida de lo que hacía, y es esa la mejor enseñanza que un verdadero maestro, una verdadera maestra, como ella, nos puede legar.