La perspectiva de Dave Tony sobre la "monotonía"

No creo que haya sido un solo momento; fue más bien una atracción lenta e innegable. Pero si tuviera que mencionar un punto de inflexión, fue cuando me di cuenta de que mi supervivencia dependía de la expresión.
Al crecer como testigo de Jehová, me enseñaron constantemente a reprimir partes de mí: mis preguntas, mi identidad, mi creatividad. Me decían que me mantuviera en línea, que no sobresaliera y, definitivamente, que no cantara demasiado alto. Pero recuerdo ser niño, parado frente al espejo, cantando canciones que se suponía que ni siquiera conocía, y pensando: «Así soy realmente». Ese niño en el espejo sabía que había nacido para actuar, incluso si el mundo a su alrededor no estaba preparado para ello.
Más tarde, cuando empecé a hacer coros y a compartir escenario con artistas como Patti LaBelle y Lady Gaga, lo comprendí: no solo me encanta, sino que lo necesito. Actuar no se trataba de fama. Se trataba de libertad. Era el único espacio donde mi voz no podía ser silenciada, donde mi verdad podía vivir con fuerza.
Fue entonces cuando lo supe: no estoy aquí para ser insignificante. Estoy aquí para crear, para decir la verdad y para conmover a la gente, no solo con mis notas, sino con el alma.

Si pudiera salir de gira con cualquier artista, sería con Billie Eilish o Beyoncé, y aquí te explico por qué:
Billie Eilish representa la individualidad intrépida. Su música vive en ese espacio vulnerable y evocador desde el que a menudo escribo, el lugar donde los susurros transmiten verdad y el silencio tiene peso. No teme ser minimalista, introspectiva y diferente, y conecto profundamente con eso. Girar con ella significaría compartir escenario donde la emoción se prioriza sobre el espectáculo, donde la crudeza es la clave.
Beyoncé, por otro lado, encarna la maestría artística y la liberación plena. Su capacidad para combinar performance, activismo y soul es exactamente hacia donde veo que se dirige mi propia evolución. No se limita a montar un espectáculo, sino que crea un movimiento. Salir de gira con ella sería la máxima expresión de lo que creo que el arte puede hacer: revolucionar el ambiente, transformar la cultura y, al mismo tiempo, dejar espacio para la reflexión espiritual.
Ambos artistas dominan su estilo, pero lo hacen con profundidad, intención y vulnerabilidad. Eso es lo que yo también busco. Así que compartir escenario con cualquiera de ellos no solo se trataría de visibilidad, sino de alineamiento.
Si pudiera salir de gira con cualquier artista, sería con Billie Eilish o Beyoncé, y aquí te explico por qué:
Billie Eilish representa la individualidad intrépida. Su música vive en ese espacio vulnerable y evocador desde el que a menudo escribo, el lugar donde los susurros transmiten verdad y el silencio tiene peso. No teme ser minimalista, introspectiva y diferente, y conecto profundamente con eso. Girar con ella significaría compartir escenario donde la emoción se prioriza sobre el espectáculo, donde la crudeza es la clave.
Beyoncé, por otro lado, encarna la maestría artística y la liberación plena. Su capacidad para combinar performance, activismo y soul es exactamente hacia donde veo que se dirige mi propia evolución. No se limita a montar un espectáculo, sino que crea un movimiento. Salir de gira con ella sería la máxima expresión de lo que creo que el arte puede hacer: revolucionar el ambiente, transformar la cultura y, al mismo tiempo, dejar espacio para la reflexión espiritual.
Ambos artistas dominan su estilo, pero lo hacen con profundidad, intención y vulnerabilidad. Eso es lo que yo también busco. Así que compartir escenario con cualquiera de ellos no solo se trataría de visibilidad, sino de alineamiento.

Exploro la verdad, simple y llanamente. Pero la verdad a través de la lente de la identidad, la fe, la libertad y la sanación.
Mi música explora lo que significa encontrar tu voz después de haber sido silenciada, recuperar partes de ti mismo que te dijeron que ocultaras. Hablo de la tensión de crecer en una religión estricta, desenvolverme en el mundo como un hombre negro queer y de romper con los sistemas, tanto internos como externos, que intentaron definirme.
Exploro el desamor, la esperanza y los espacios intermedios en los que la gente teme sentarse. Algunas canciones son fuertes y llenas de rebeldía, otras son suaves y reflexivas. Pero cada canción es un paso hacia la liberación, no solo para mí, sino para cualquiera que la escuche y esté listo para vivir plenamente y sin complejos.
Ya sea que cante sobre el amor, la pérdida, el despertar espiritual o la resistencia, mi música trata de ayudar a las personas a sentirse vistas y alentarlas a decir su verdad en voz alta.

Alternativa y pop y soul

Uno de mis primeros recuerdos musicales es estar en casa con mi mamá, mi tía, pero ella siempre ha sido mi mamá. Ella no conducía, así que pasábamos mucho tiempo juntas en casa. Y aunque éramos testigos de Jehová y no nos permitían escuchar gospel ni mucha música "mundana", ella seguía teniendo sus canciones favoritas.
Le encantaban grupos como The Stylistics y The Delfonics, y nunca olvidaré la primera vez que escuché "Lady Marmalade" de Labelle. Ese tema me impactó de forma diferente. Las armonías, la actitud, la fuerza de esas voces... era como si la música me diera permiso para sentirme viva en un mundo que a menudo me decía que guardara silencio y me conformara.
Recuerdo oír esas canciones resonar por la casa, e incluso de joven, algo dentro de mí despertó. No sabía la letra entonces, pero sabía que la música sería mi forma de sobrevivir, y más tarde, mi forma de decir la verdad.

La monotonía es personal. Proviene directamente de la parte de mí que se sentía atrapada en ciclos que no elegí: ciclos religiosos, ciclos emocionales, ciclos de identidad. Crecí como testigo de Jehová, donde todo era rutinario, predecible y restrictivo. No se fomentaba el cuestionamiento, y ser diferente —sobre todo ser queer, ser creativo, ser yo mismo— se consideraba una amenaza. Ese entorno me enseñó a esconderme, a encogerme, a vivir la vida sin vivirla realmente.
Esta canción refleja ese entumecimiento emocional: esa sensación de despertar cada día, hacer lo que te dicen, decir lo que debes decir, pero sintiéndote completamente desconectado de tu propio espíritu. Eso es monotonía. No se trata solo de aburrimiento, sino de asfixia espiritual.
Si a eso le sumas ser un hombre negro queer en un mundo que a menudo te exige actuar, pero nunca integrarte del todo, la monotonía se convierte en supervivencia. Empiezas a sentir que vives en la versión de tu vida de otra persona.
Así que esta canción es mi verdad. Es el sonido de mí sentada en ese lugar estancado, llamándolo con honestidad, antes de decidir liberarme de él. No es solo un estado de ánimo, es un momento de mi viaje. Un capítulo necesario en el camino hacia la libertad.